Imagen: fotohomka.ru
Italo Calvino
Una tarde, Adán
El nuevo jardinero era un muchacho de cabello largo, con una cinta de tela
alrededor de la cabeza, para sujetárselo. Ahora venía por uno de los senderos
del jardín, con la regadera llena, levantando el brazo libre para balancear la
carga. Regaba los berros lentamente, como si estuviera sirviendo café con
leche. La tierra, al pie de las plantitas, se dilataba formando una mancha
oscura; cuando ésta era grande y blanda, alzaba la regadera y pasaba a otra
planta. La jardinería debía ser un oficio hermoso, porque se puede hacer todo
con mucha calma. Maríanunciación lo estaba mirando a través de la ventana de la
cocina. Era un muchacho ya muy alto, pero llevaba aún pantalones cortos. Con
ese cabello tan largo parecía una muchacha. Dejó de enjuagar los platos y lo
llamó, tocando en la ventana.
—¡Muchacho!
El joven jardinero alzó la cabeza y vio a Marianunciación, sonriendo.
También ella se puso a reír, como respuesta y porque jamás había visto a un
muchacho con cabello tan largo ni con una cinta en la cabeza. El jardinero le
hizo una seña con la mano, llamándola. Maríanunciación seguía riéndose de su
manera tan chistosa de hacer señas, y también ella comenzó a gesticular para
explicarle que debía acabar de lavar los platos. Pero el muchacho le hacía
señas con una mano, llamándola, mientras que con la otra le indicaba las
macetas de las dalias. ¿Por qué apuntaba la mano hacia las macetas de las
dalias? Maríanunciación abrió la ventana y se asomó.
—¿Qué pasa? —dijo, y se puso a reír.
—¿Quieres ver una cosa muy bonita?
—¿Qué es?
—Una cosa bonita. Ven a ver. Pronto.
—Primero dime qué.
—Te la regalo. Te regalo una cosa muy bonita.
—Tengo que lavar los platos. Luego, viene la señora y no me encuentra.
—¿La quieres o no la quieres? ¡Vamos, ven!
—Espérame allí —dijo Maríanunciación y cerró la ventana.
Al salir por la pequeña puerta de servicio, el joven jardinero seguía allí
regando los berros.
—¡Chao! —dijo Maríanunciación.
La muchacha se veía más alta porque llevaba puestos los zapatos domingueros
que tanto le gustaban, con sus tacones altos de corcho, y era una lástima que
los gastara en las horas de servicio. Pero su cara era de niña, una cara
pequeña enmarcada por sus cabellos negros y rizados; las piernas también eran
de niña, todavía delgadas, mientras que el cuerpo, en los holanes del mandil,
asomaba pleno y adulto. Y se reía siempre, todas las veces que decía algo o
cuando los otros le dirigían la palabra.
—¡Chao! —le contestó el muchacho. Su cara, su pecho, sus brazos eran de
color marrón, quizá porque siempre andaba medio desnudo.
—¿Cómo te llamas?
—Libereso.
Maríanunciación reía repitiendo:
—Libereso... Libereso... Qué raro nombre, Libereso.
—Es un nombre en esperanto —dijo él—. Quiere decir libertad, en esperanto.
—Esperanto... ¿Tú eres esperanto?
—El esperanto es un idioma —explicó Libereso—. Mi padre habla esperanto.
—Yo soy calabresa.
—¿Cómo te llamas?
—Maríanunciación —y reía.
—¿Por qué siempre te estás riendo?
—Y tú, ¿por qué te llamas Esperanto?
—Esperanto, no. Me llamo Libereso.
—¿Por qué?
—Y tú ¿por qué te llamas Maríanunciación?
—Porque es el nombre de la Virgen. Yo me llamo como la Virgen y mi hermano
como San José.
—¿Sanjosé?
Maríanunciación reventaba de risa:
—¡San José! Se llama José, no Sanjosé. ¡Libereso!
—Mi hermano se llama Germinal —dijo Libereso—, y a mi hermana le pusieron
Omnia.
—Dame lo que dijiste —dijo Maríanunciación-, quiero verlo.
—Ven —dijo Libereso, dejando en el suelo la regadera y tomando de la mano a
la muchacha.
Maríanunciación se resistió:
—Primero dime de qué se trata.
—Ya lo verás —dijo él—; pero antes debes prometerme que lo apreciarás.
—¿Me lo regalas?
—Sí, te lo regalo.
La llevó hasta un rincón cercano al muro del jardín. Había dalias plantadas
en unas macetas, unas dalias tan altas como ellos.
Fuente:
http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php/cuento-contemporaneo/13-cuento-contemporaneo-cat/28-006-italo-calvino?showall=&start=2
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